2007: Desde un julio que termina a…
Cuando todo se fue rasgando y quedaron solo ellos. Luego de un día que comenzó con un café, Agustina se olvidó de todo eso que le hacía mal y comenzó a salir con Daniel. Al principio eran salidas esporádicas pero que duraban casi un día, llamados que dejaban pasar horas y nada en Daniel le hacia recordar la historia en Trelew. El tiempo seguía avanzando…Y mucho antes ya había mandado la carta, tuvo las entrevistas y pagó...
Parte de una página del diario de Agustina
No sabía como empezar a organizarme, era agosto y la verdad me estaba empezando a sentir como da con él. Aunque casi nunca íbamos a su casa, quedaba muy lejos de capital y después estaba la vuelta en el tren que cansaba. Además mi hermana se preocupaba bastante si sabía que volvía sola tan tarde, pero muchas veces el padre de Dani nos prestaba el auto y me alcanzaba hasta el departamento.
Yayu ni bola me daba, la guacha se pasaba el día entero estudiando aunque también ella andaba en algo. Un chico que conoció por esas casualidades una noche de invierno en un boliche. Era tranquilo y muy paciente por como era mi amiga, así y todo lo vi pocas veces.
Mi mamá llamaba todas las semanas para ver como andaba. Y como era obvio, aunque mi hermanita querida atendiera el teléfono, me pasaba con ella y hablábamos casi una hora. La oreja me quedaba roja de tanto que hablaba…ella. Parecían monólogos. Mi hermanito menor estaba con algunos “problemitas” en el cole, pero no era nada que con un poco de estudio no arreglara. Y mi papá estaba por cerrar un negocio grande con la municipalidad. La verdad es que los extrañaba pero ya me estaba acostumbrando a la vida en BAires (Buenos Aires).
Al principio todo me había parecido agresivo, un lugar gigantesco donde tenía miedo de andar mucho tiempo sola. El miedo de perderme era lo que me hacía abrazar las rutinas, pero de apoco empecé a manejarme sola, y la verdad no me fue tan mal.
Volviendo a Dani, vivía en José C. Paz, una ciudad entre comillas. La verdad es que me ponía los nervios de punta cada vez que salíamos por ahí, él me empezó a mostrar lugares bastante lindos siempre terminábamos en una calle con árboles en forma de una gigantesca glorieta.
Una vez me llevó hasta la casa de un amigo de él, un tal Pablo (que vivía en la calle Pueyrredón). Pero no hubo nadie que nos atendiera.
También quería que saliésemos con sus amigos del barrio pero casi nunca estaban. En especial uno que vivía en una pensión japonesa en Palermo. Aunque sea ese vivía en capital, pero cuando fuimos salió uno de los pensionados, supongo, a decir que no estaba el tal Cristian.
Dani siempre hablaba de él, pero nunca lo conocí, bueno creo, hubo una un día en que existió tal cruce pero no voy a escribir de esto ahora.
Lo que me llamó la atención la manera que tenían de ser amigos, la verdad es que eran super raros para mi gusto. Con mis amigas dela Facu salíamos a comer y como era de esperarse me llevaba a Dani. Pero no era la excepción porque hasta con mi hermana y su novio empezamos a salir. Eran lindas salidas a bares, restaurantes y resto-bares…era algo que nos gustaba a los cuatro, aunque me molestaba que siempre a los chicos les saltara el machismo y quisieran pagar ellos, y con mi hermana se lo dijimos más de una vez, a los dos, pero ellos eran muy buenos tercos.
Pero si tengo que elegir entre todos los recuerdos de aquel año me quedo con las salidas a la Costanera, allá cerca de Ciudad Universitaria. Nos encantaba dar paseos y llegar a los puestitos de comida que enloquecían al que ya vengo nombrando hace rato. Según él en ese lugar "hasta más careta pierde los anillos por un sándwich de lomito..." No sé, puede ser, aunque para él casi toda la ciudad era "careta".
Anti-rutina…Ciudad de Buenos Aires - José C. Paz
En la facultad se encontraban por los pasillos y muchas veces Daniel se metía a los cursos de ella y participaba en la clase como si realmente estuviera cursando esa materia. Cuando los cursos eran grupos de casi veinte personas, los profesores le respondían mirando su rostro para nada familiar y le preguntaban nombre y apellido. El soltaba que seguramente no estaba en la lista porque era de la tercera inscripción, quienes realmente aparecen en la lista para los exámenes.
Iban al cine más de lo acostumbrado, Agustina no había visitado la pantalla grande tantas veces desde su llegada a Bs. As., a pesar de que había un cine al lado de su trabajo.
Surgieron diferencias y similitudes. Ella comenzó a estudiar italiano con él, y él francés con ella. A él le gustaba mucho escucharla hablar en francés con ese acento meloso que la caracterizaba. Y ella quería imitar esa tonada acelerada que él tenía cuando hablaba italiano (más que lo acostumbraba en español). Eran pasatiempos extraños si lo sabré, pero eran “sus pasatiempos”.
Muchas veces llegaba la noche y el se tenía que ir, mientras ella le sugería que se quedara, que podía ir al otro día pero, vaya uno a saber por qué, él siempre quería volver a su casa.
Agustina nunca fue una amante de los trenes, aunque más precisamente de José C. Paz. El viaje se le hacía un fastidio a cada minuto que subía un vendedor ambulante con sus golosinas, libros o cosas made in china. Sin embargo a Daniel le divertía escucharlos, muchos tenían preparado un gran discurso, era impresionante la claridad con la que se resonaban sus voces gastadas por los años y el frío de la madrugada…era el toque que le faltaba a esos vagones de lata.
Pero ella las veces que viajó a aquella ciudad, no sentía muchas ganas de pasear y eso no se molestaba en ocultarlo, su ánimo perdía brillo. Él le repetía que era de José C. Paz y ahí estaba todo lo que lo acompañó desde chico. Al final, “uno le toma cariño hasta el villano más cruel”. Pero era cierto. El era como aquella ciudad, aunque vista desde otra década, mucho más antigua que la de su nacimiento.
Pero ella no compartía su pensamiento, le sugería constantemente que se buscara un trabajo en Capital, más cerca de la facultad y sin necesidad de viajar en tren todos los días. Además obtendría experiencia en legales para un estudio y le serviría en el futuro. Ella veía la mirada de él que se enfocaba en un punto perdido en el vacío, ¿cómo podía estar cómodo trabajando en aquel galpón sucio y casi sin espacio? Algo en aquellas palabras podían contener algunas verdades, pues los inviernos se resentían y muchas veces no tenía tiempo para preparar exámenes. Al final terminaba los días cansado entre la mugre del aserrín y el polvillo del aluminio. Pero cuando Daniel veía los llamadores (carillones) ahí colgados, sonando levemente por alguna brisa al pasar, casi afinados o, esas sillitas de madera y hasta esos inventos improvisados como los xilófonos…no, eso no se estaba tan mal. El olor a madera triturada que soltaba el aserrín era como tomar el mate con torta fritas en un día lluvioso de invierno. Además estaba fuera de un circuito al que le dedicaba parte de su tiempo yendo a la universidad, estudiando, haciendo pasantías. Y mientras trabajaba tenía una ventaja que seguramente no tendría en un estudio, pensaba independientemente del todo, en medio del silencio y el ruido de un torno, en todo.
CREATIVIDAD. Aquella palabra era demasiado grande para un pibe de José C. Paz pero ella le insistía en que tendría que afinar algún “pasatiempo”. Un día, en casa de Daniel más precisamente en su cuarto, se dio un episodio en el que Agustina encontró un cuaderno rojo lleno de cuentos escritos por él. Ella simplemente lo tomó del cajón y se lo llevó sin “casi” pedir permiso.
CAOS. Aquella palabra era demasiado grande para una piba de una ciudad patagónica. Pero él le insistía en que le gustaba la tranquilidad que avejentada de su rutina y que ella no tenía que cambiar al igual que él. Las cosas funcionaban así, aunque ella si quería seguir cambiando...y en algún lugar, ese caos que venía a desordenar todo lo que para uno estaba establecido, bueno...tenía su atractivo. Lo impredecible del cuando y dónde aumentaba el vertigo, era azar puramente controlado. O tal vez no.
Llegó octubre. Agustina llegaba de la librería, eran casi las diez de la noche, cuando abrió la puerta de su departamento y vio sobre la mesa de la cocina un manojo de cartas. Entre las propagandas y postales una llamó su atención dejando caer las demás de nuevo a la mesa. Era un correo oficial de la embajada...
Dato entre paréntesis sobre tres amigos en José C. Paz, pasada la mitad del 2007
Cristian y Daniel fueron a la casa de Alberto o posiblemente también llamada la casa de Jalva. Cristian soltó el hecho de que no viviría más en la pensión (CeUAN) y de que quería buscar departamento en capital. Alberto asolado pero también compartía la idea de independizarse de una vez y vivir cerca de la facultad. Tomando algo hablaron hasta entrada la madrugada. Daniel se incluyó y los tres acordaron buscar un piso en capital. Cada uno tenía sus motivos.
Luego de una semana Daniel se cansó de revisar los clasificados, pero nada coincidía con u presupuesto y antes tendría que conseguir un trabajo en capital. Por lo cual aquellos clasificados tenían un doble uso. Cristian por otra parte llamaba por teléfono a inmobiliarias donde le daban el informe detallado de lo que costaba el ingreso y las expensas.
Para el 11-12-2007 Cristian y Daniel ya habían buscado departamentos sin conformarse con ninguno. Alberto, sin embargo, no ponía mucho empeño. Resultó que su hermana mayor, Nuria, Vivía en Almagro y lo dejaba quedarse las veces que quisiera en su departamento, ya que ella estaba fuera todo el día trabajando en las oficinas de Coca-Cola.
Sin embargo los tres amigos se reunieron nuevamente para ver un departamento, el único al que fueron los tres, pero resultó que no estaba en sus expectativas.
Buenos Aires, diciembre (lado A) del año 2007
Todo estaba pasando muy rápido, la familia de Daniel aceptaba a su nueva novia pero casi ninguno la toleraba con esos aires de aristócrata que la caracterizaban.
Según Daniel, Agustina no lo hacía queriendo, eran reflejos de vaya uno a saber por qué solo afloraban cuando estaba en José C. Paz. Muy a pesar de esto los dos hacían oídos sordos a lo que decían sus familias.
En diciembre de aquel año el padre de Agustina viajó a Buenos Aires por negocios y pasó a visitar a las hijas y a quedarse una semana más para poder volverse con ellas a Trelew para así pasar las fiestas.
Una tarde en la que Agustina no tuvo que trabajar, ella y su novio fueron hasta su departamento donde al abrir la puerta entre abrazos y besos esperaba, sentado en una silla de la cocina estaba el padre de Agustina tomándose un té. Daniel corrigió rápidamente su postura al escuchar de Agus el grito de “¡Pá!”.
El padre se acercó y Agusana los presentó, comentaron los últimos días y el novio tuvo que soportar un breve pero espinoso y áspero interrogatorio al que ni la hermana de Agustina que acababa de salir de la ducha agregaba comentario. Simplemente trataban de llevar la conversación a otro puerto pero casi todo parecía imposible ante la autoridad de su padre a la que Daniel empezó a encaminar cuando le repreguntó cosas que ya sabía como el ámbito de la construcción del suegro. No le fue difícil debido a que algo conocía, él había estudiado casi dos años en una escuela técnica y su cuñado, el novio de Carolina su hermana mayor, estudiaba arquitectura y trabajaba como maestro mayor de obras. En líneas generales le gustaba mucho hacer el mantenimiento de su casa y con los años tenía algo de experiencia…
Sin embargo el hombre de unos cincuenta y tantos años era demasiado reacio. La velada termino con Daniel despidiéndose de Agus en la puerta de entrada al edificio, escuchando una breve frase de su novia la que le recordaba que tenía algo que decirle. Mientras se despedían ella se llevó las manos a las orejas como tratando de no oír, la respuesta de su novio fue una sonrisa y un pálpito de verse en la semana.
Parte de una página del diario de Agustina
No sabía como empezar a organizarme, era agosto y la verdad me estaba empezando a sentir como da con él. Aunque casi nunca íbamos a su casa, quedaba muy lejos de capital y después estaba la vuelta en el tren que cansaba. Además mi hermana se preocupaba bastante si sabía que volvía sola tan tarde, pero muchas veces el padre de Dani nos prestaba el auto y me alcanzaba hasta el departamento.
Yayu ni bola me daba, la guacha se pasaba el día entero estudiando aunque también ella andaba en algo. Un chico que conoció por esas casualidades una noche de invierno en un boliche. Era tranquilo y muy paciente por como era mi amiga, así y todo lo vi pocas veces.
Mi mamá llamaba todas las semanas para ver como andaba. Y como era obvio, aunque mi hermanita querida atendiera el teléfono, me pasaba con ella y hablábamos casi una hora. La oreja me quedaba roja de tanto que hablaba…ella. Parecían monólogos. Mi hermanito menor estaba con algunos “problemitas” en el cole, pero no era nada que con un poco de estudio no arreglara. Y mi papá estaba por cerrar un negocio grande con la municipalidad. La verdad es que los extrañaba pero ya me estaba acostumbrando a la vida en BAires (Buenos Aires).
Al principio todo me había parecido agresivo, un lugar gigantesco donde tenía miedo de andar mucho tiempo sola. El miedo de perderme era lo que me hacía abrazar las rutinas, pero de apoco empecé a manejarme sola, y la verdad no me fue tan mal.
Volviendo a Dani, vivía en José C. Paz, una ciudad entre comillas. La verdad es que me ponía los nervios de punta cada vez que salíamos por ahí, él me empezó a mostrar lugares bastante lindos siempre terminábamos en una calle con árboles en forma de una gigantesca glorieta.
Una vez me llevó hasta la casa de un amigo de él, un tal Pablo (que vivía en la calle Pueyrredón). Pero no hubo nadie que nos atendiera.
También quería que saliésemos con sus amigos del barrio pero casi nunca estaban. En especial uno que vivía en una pensión japonesa en Palermo. Aunque sea ese vivía en capital, pero cuando fuimos salió uno de los pensionados, supongo, a decir que no estaba el tal Cristian.
Dani siempre hablaba de él, pero nunca lo conocí, bueno creo, hubo una un día en que existió tal cruce pero no voy a escribir de esto ahora.
Lo que me llamó la atención la manera que tenían de ser amigos, la verdad es que eran super raros para mi gusto. Con mis amigas de
Anti-rutina…Ciudad de Buenos Aires - José C. Paz
En la facultad se encontraban por los pasillos y muchas veces Daniel se metía a los cursos de ella y participaba en la clase como si realmente estuviera cursando esa materia. Cuando los cursos eran grupos de casi veinte personas, los profesores le respondían mirando su rostro para nada familiar y le preguntaban nombre y apellido. El soltaba que seguramente no estaba en la lista porque era de la tercera inscripción, quienes realmente aparecen en la lista para los exámenes.
Iban al cine más de lo acostumbrado, Agustina no había visitado la pantalla grande tantas veces desde su llegada a Bs. As., a pesar de que había un cine al lado de su trabajo.
Surgieron diferencias y similitudes. Ella comenzó a estudiar italiano con él, y él francés con ella. A él le gustaba mucho escucharla hablar en francés con ese acento meloso que la caracterizaba. Y ella quería imitar esa tonada acelerada que él tenía cuando hablaba italiano (más que lo acostumbraba en español). Eran pasatiempos extraños si lo sabré, pero eran “sus pasatiempos”.
Muchas veces llegaba la noche y el se tenía que ir, mientras ella le sugería que se quedara, que podía ir al otro día pero, vaya uno a saber por qué, él siempre quería volver a su casa.
Agustina nunca fue una amante de los trenes, aunque más precisamente de José C. Paz. El viaje se le hacía un fastidio a cada minuto que subía un vendedor ambulante con sus golosinas, libros o cosas made in china. Sin embargo a Daniel le divertía escucharlos, muchos tenían preparado un gran discurso, era impresionante la claridad con la que se resonaban sus voces gastadas por los años y el frío de la madrugada…era el toque que le faltaba a esos vagones de lata.
Pero ella las veces que viajó a aquella ciudad, no sentía muchas ganas de pasear y eso no se molestaba en ocultarlo, su ánimo perdía brillo. Él le repetía que era de José C. Paz y ahí estaba todo lo que lo acompañó desde chico. Al final, “uno le toma cariño hasta el villano más cruel”. Pero era cierto. El era como aquella ciudad, aunque vista desde otra década, mucho más antigua que la de su nacimiento.
Pero ella no compartía su pensamiento, le sugería constantemente que se buscara un trabajo en Capital, más cerca de la facultad y sin necesidad de viajar en tren todos los días. Además obtendría experiencia en legales para un estudio y le serviría en el futuro. Ella veía la mirada de él que se enfocaba en un punto perdido en el vacío, ¿cómo podía estar cómodo trabajando en aquel galpón sucio y casi sin espacio? Algo en aquellas palabras podían contener algunas verdades, pues los inviernos se resentían y muchas veces no tenía tiempo para preparar exámenes. Al final terminaba los días cansado entre la mugre del aserrín y el polvillo del aluminio. Pero cuando Daniel veía los llamadores (carillones) ahí colgados, sonando levemente por alguna brisa al pasar, casi afinados o, esas sillitas de madera y hasta esos inventos improvisados como los xilófonos…no, eso no se estaba tan mal. El olor a madera triturada que soltaba el aserrín era como tomar el mate con torta fritas en un día lluvioso de invierno. Además estaba fuera de un circuito al que le dedicaba parte de su tiempo yendo a la universidad, estudiando, haciendo pasantías. Y mientras trabajaba tenía una ventaja que seguramente no tendría en un estudio, pensaba independientemente del todo, en medio del silencio y el ruido de un torno, en todo.
CREATIVIDAD. Aquella palabra era demasiado grande para un pibe de José C. Paz pero ella le insistía en que tendría que afinar algún “pasatiempo”. Un día, en casa de Daniel más precisamente en su cuarto, se dio un episodio en el que Agustina encontró un cuaderno rojo lleno de cuentos escritos por él. Ella simplemente lo tomó del cajón y se lo llevó sin “casi” pedir permiso.
CAOS. Aquella palabra era demasiado grande para una piba de una ciudad patagónica. Pero él le insistía en que le gustaba la tranquilidad que avejentada de su rutina y que ella no tenía que cambiar al igual que él. Las cosas funcionaban así, aunque ella si quería seguir cambiando...y en algún lugar, ese caos que venía a desordenar todo lo que para uno estaba establecido, bueno...tenía su atractivo. Lo impredecible del cuando y dónde aumentaba el vertigo, era azar puramente controlado. O tal vez no.
Dato entre paréntesis sobre tres amigos en José C. Paz, pasada la mitad del 2007
Cristian y Daniel fueron a la casa de Alberto o posiblemente también llamada la casa de Jalva. Cristian soltó el hecho de que no viviría más en la pensión (CeUAN) y de que quería buscar departamento en capital. Alberto asolado pero también compartía la idea de independizarse de una vez y vivir cerca de la facultad. Tomando algo hablaron hasta entrada la madrugada. Daniel se incluyó y los tres acordaron buscar un piso en capital. Cada uno tenía sus motivos.
Luego de una semana Daniel se cansó de revisar los clasificados, pero nada coincidía con u presupuesto y antes tendría que conseguir un trabajo en capital. Por lo cual aquellos clasificados tenían un doble uso. Cristian por otra parte llamaba por teléfono a inmobiliarias donde le daban el informe detallado de lo que costaba el ingreso y las expensas.
Para el 11-12-2007 Cristian y Daniel ya habían buscado departamentos sin conformarse con ninguno. Alberto, sin embargo, no ponía mucho empeño. Resultó que su hermana mayor, Nuria, Vivía en Almagro y lo dejaba quedarse las veces que quisiera en su departamento, ya que ella estaba fuera todo el día trabajando en las oficinas de Coca-Cola.
Sin embargo los tres amigos se reunieron nuevamente para ver un departamento, el único al que fueron los tres, pero resultó que no estaba en sus expectativas.
Buenos Aires, diciembre (lado A) del año 2007
Todo estaba pasando muy rápido, la familia de Daniel aceptaba a su nueva novia pero casi ninguno la toleraba con esos aires de aristócrata que la caracterizaban.
Según Daniel, Agustina no lo hacía queriendo, eran reflejos de vaya uno a saber por qué solo afloraban cuando estaba en José C. Paz. Muy a pesar de esto los dos hacían oídos sordos a lo que decían sus familias.
En diciembre de aquel año el padre de Agustina viajó a Buenos Aires por negocios y pasó a visitar a las hijas y a quedarse una semana más para poder volverse con ellas a Trelew para así pasar las fiestas.
Una tarde en la que Agustina no tuvo que trabajar, ella y su novio fueron hasta su departamento donde al abrir la puerta entre abrazos y besos esperaba, sentado en una silla de la cocina estaba el padre de Agustina tomándose un té. Daniel corrigió rápidamente su postura al escuchar de Agus el grito de “¡Pá!”.
El padre se acercó y Agusana los presentó, comentaron los últimos días y el novio tuvo que soportar un breve pero espinoso y áspero interrogatorio al que ni la hermana de Agustina que acababa de salir de la ducha agregaba comentario. Simplemente trataban de llevar la conversación a otro puerto pero casi todo parecía imposible ante la autoridad de su padre a la que Daniel empezó a encaminar cuando le repreguntó cosas que ya sabía como el ámbito de la construcción del suegro. No le fue difícil debido a que algo conocía, él había estudiado casi dos años en una escuela técnica y su cuñado, el novio de Carolina su hermana mayor, estudiaba arquitectura y trabajaba como maestro mayor de obras. En líneas generales le gustaba mucho hacer el mantenimiento de su casa y con los años tenía algo de experiencia…
Sin embargo el hombre de unos cincuenta y tantos años era demasiado reacio. La velada termino con Daniel despidiéndose de Agus en la puerta de entrada al edificio, escuchando una breve frase de su novia la que le recordaba que tenía algo que decirle. Mientras se despedían ella se llevó las manos a las orejas como tratando de no oír, la respuesta de su novio fue una sonrisa y un pálpito de verse en la semana.
Continuará...
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