UN DÍA, DOS LEYENDAS, TRES CAMINOS
Cuando los chicos y yo vimos que todo estaba tranquilo, que ya no nos retenía nada más, decidimos que ya era hora de ir hacia abajo en el mapa, en dirección a Tucumán. Juan, mi mejor amigo e ideólogo de este viaje, era el que nos guiaba a todos. Él había decidido partir durante la madrugada y de esa forma evitar la luz fuerte del medio día. Nuestro objetivo era llegar lo más rápido posible a Tafí del Valle.
Fue entonces que a las seis de la mañana dejamos el pueblo de Santa María, provincia de Catamarca. Pensar que habíamos llegado hacía tan solo tres días.
En un principio, nuestra intención había sido pasar todo el mes de enero en Catamarca. Así no nos perderiamos la fiesta nacional de "La Reina del Yocavil". Pero no pudimos llegar antes y aquí estamos, el sábado 13 de marzo 2010, dos meses después.
Desde que éramos chicos nos gustó la aventura y esta es la primera vez que nos alejamos de nuestra provincia: La Rioja.
Desde que éramos chicos nos gustó la aventura y esta es la primera vez que nos alejamos de nuestra provincia: La Rioja.
Llevamos recorridos sobre la ruta siete días en bicicleta. En las noches Juan nos cuenta muchas historias del desierto. La preferida de todos es la que vivió su abuelo en la Pampa y que creo decía así:
Esto pasó hace muchos años. Su familia había llegado del Uruguay en busca de trabajo y para ello se instaló en la Pampa.
Esto pasó hace muchos años. Su familia había llegado del Uruguay en busca de trabajo y para ello se instaló en la Pampa.
El abuelo trabajaba en el pueblo de sol a sol. Su casa se encontraba muy alejada, en el medio de la llanura. Un día terminó temprano y, para aprovechar el tiempo, se fue a tomar algo a la pulpería del pueblo. Lamentablemente se había quedado más de lo debido. Sin darse cuenta ya era de noche y tenia que volver a su hogar. Pero, a pesar de esa dificultosa distancia, se adentró en la oscuridad montando su caballo por el camino de ripio.
En medio de la senda vio a la distancia una luz brillante. Se acercó y era lo que sospechaba. Unos viajeros que estaban acampando y, en medio del pequeño campamento, tenían una pequeña celebración. Unos simples deambulantes nocturnos a quienes se acercó y ellos lo invitaron a su celebración. Él se entusiasmó por la fiesta que estaban teniendo y aceptó. Todos bailaban, bebían y reían. Quedó un poco perturbado y se durmió hasta el otro día. Al florecer el sol se despertó con el cacareo de un gallo, miró a su alrededor y no había nada. Ni un solo rastro de la fiesta. Volvió a su casa, le explicó a su esposa que se había quedado a dormir en el llano.
Mas tarde, en la cantina del pueblo, comentó su historia entre amigos. Todos los presentes del lugar quedaron atónitos al escuchar su relato y al terminar de oírle se persignaron. El pulpero le dijo que había festejado en la Salamanca.
Salimos con nuestras bicis desde la terminal de ómnibus, Santa María, con dirección a Tafí del Valle. Durante el pequeño trecho, antes del puente, dos de nuestro grupo de ocho amigos pincharon una llanta. Ese traspié nos obligó a bajar la marcha. Después de todo lo que madrugamos, parece que el sol finalmente nos alcanzaría a tiempo. Hicimos 24 kilómetros hasta encontrarnos con una bifurcación cercana al puente. De un lado Amaicha del Valle, Provincia de Tucumán y del otro Cafayate, Provincia de Salta. Estábamos por tomar el camino hacia la derecha cuando, de esa dirección, se asomaba debajo del sol mañanero, un grupo de mochileros con su marcha habitual hacia el norte.
Salimos con nuestras bicis desde la terminal de ómnibus, Santa María, con dirección a Tafí del Valle. Durante el pequeño trecho, antes del puente, dos de nuestro grupo de ocho amigos pincharon una llanta. Ese traspié nos obligó a bajar la marcha. Después de todo lo que madrugamos, parece que el sol finalmente nos alcanzaría a tiempo. Hicimos 24 kilómetros hasta encontrarnos con una bifurcación cercana al puente. De un lado Amaicha del Valle, Provincia de Tucumán y del otro Cafayate, Provincia de Salta. Estábamos por tomar el camino hacia la derecha cuando, de esa dirección, se asomaba debajo del sol mañanero, un grupo de mochileros con su marcha habitual hacia el norte.
Zapatillas sobre la carretera, la mochila cosida a su espalda y una constante marcha al norte. Su mirada siempre perdida en ese horizonte casi inalcanzable. El caminar era paulatino y distante. De su frente caían algunas gotas de sudor como un breve rocío sobre el candente asfalto. Aquella era la senda del vagabundo que recorría el norte en busca de un sueño.
La distancia no solo era sobre aquel territorio, también existía una gran distancia con ese aventurero que, siguiendo un ideal, una búsqueda, cambiaría su vida para siempre: una meta para empezar.
Amaicha había sido para muchos un lugar muy especial. Algunos de los acompañantes de Pablo, de vez en cuando, volteaban para ver al pueblo que los había acogido un tiempo. Algunos levantaban un poco la vista y, con el canto de la mano haciendo sombra sobre sus ojos, recordaban el Abra del Infiernillo. Aquel gigantesco paso que tuvieron que superar entre mareos y dolores de cabeza. Pablo había pasado por aquel lugar y justo allí, como todos, se apunó. La altura rondaba los 3.000 metros sobre el nivel del mar.
Amaicha había sido para muchos un lugar muy especial. Algunos de los acompañantes de Pablo, de vez en cuando, volteaban para ver al pueblo que los había acogido un tiempo. Algunos levantaban un poco la vista y, con el canto de la mano haciendo sombra sobre sus ojos, recordaban el Abra del Infiernillo. Aquel gigantesco paso que tuvieron que superar entre mareos y dolores de cabeza. Pablo había pasado por aquel lugar y justo allí, como todos, se apunó. La altura rondaba los 3.000 metros sobre el nivel del mar.
Durante la marcha, Pablo encontró viajeros con los que podía hablar. Ellos lo acompañaron en su viaje solitario, compartíendo el camino recorrido y algunas historias desconocídas.
El chico continuó hablando y, en aquellos pasos, les contó a todos una breve leyenda incaica: "La leyenda de los hijos del Sol”.
Manco Cápac y Mama Ocllo fundaron el poderoso Imperio incaico, enseñándole a la gente la honestidad, responsabilidad, trabajo y respeto. Se dice que los dos salieron del lago Titicaca y que construyeron varios países sudamericanos: Chile, Ecuador, Bolivia y el norte de Argentina.
Pablo escuchaba con atención y seguía caminando por el polvoriento asfalto que, poco a poco, con las pequeñas subidas y bajadas, el paisaje un tanto estéril, entre curvas y contra curvas le iban cerrando la vista de ese majestuoso panorama, el valle.
Llegaron finalmente a un puente sobre el Río Santa María. Del otro lado, el camino de la ruta 307 se dividía y tendrían que decidir que camino seguir.
Durante ese dubitativo momento a su derecha, desde Santa María Provincia de Catamarca, se acercaba un grupo de ciclistas algo rezagados. Al parecer dos de ellos habían tenido un inconveniente con sus bicicletas.
Algunos ciclistas hablaron con los acompañantes de Pablo, quienes les dijeron que si se perdieron una fiesta todavía podían ir a la que se estaba haciendo en Salta. Siguiendo la dirección que llevaban ellos, hacia adelante, tenían la añorada ciudad de Cafayate. La distancia era parecida a la que tenían que surcar, además nada había salido como lo planeado para los llegados de Catamarca.
Un tal Juan reunió a su grupo y, sin pensarlo, se acoplaron al grupo de mochileros y su travesía hacia la provincia de Salta. Intercambiaron anécdotas y Pablo no dejaba de ver aquellos vehículos con cadenas. Esas imágenes le recordaban a esa amiga de la que se había tenido que separar, sin embargo mantuvo la vista en el horizonte. Con el nuevo camino sobre la ruta 40 terminaban las ondulaciones de la ruta 307.
SALTA LA LINDA
La marcha continuó casi ocho horas, era la tarde del sábado 13 de marzo. Desde el puente habían pasado la entrada, esta los llevaba por un camino de ripio que tenia 5 Km. de ida a las ruinas de los aborígenes Quilmes. Una hora después dejaron atrás El Bañado, otro de los tantos pueblitos del camino. Lo que les sorprendió fue lo que encontraron a la hora siguiente: Colalao del Valle. Este pequeño pueblito era un Cafayate en miniatura aunque mucho más pequeño, más tranquilo pero igual de bello. Y estaba a unos 35 Km. de la verdadera ciudad. Por ahí comieron algunas viandas y otros fueron a comprar víveres. Desde su descansó observaban como relampagueaba y oían como tronaba arriba de los cerros. En las alturas estaba todo muy gris. Seguramente estaría lloviendo, sin embargo en Calalao, el sol rajaba la tierra.
Al parecer las nubes parecían detenerse allí sin amenazar su tertulia bajo el cielo limpio, claro y celeste. Pablo no prestó gran interés a ese detalle del paisaje aéreo. Su imaginación se encontraba en las páginas de Rayuela.
Los ciclistas encontraron una gomería en donde arreglaron sus bicicletas y pudieron seguir la marcha, aunque decidieron seguir al ritmo de sus nuevos compañeros de viaje. Uno de lo mochileros anotó el nombre de un camping muy barato que seguramente visitaría en otro momento. Tomaron un poco de sombra debajo de un enorme sauce y continuaron.
Pasó otra hora. Eran las tres de la tarde cuando llegaron al paraje de La viñita, el límite entre Tucumán y Salta. Algunos ciclistas apuraron el paso con un pedaleo más que ligero. Era el llano deseado para una carrera, había pocos autos. Para los que no participaban en la carrera, respiraban y apreciaban la hermosa fauna que los rodeaba. Por momentos podían ver algún que otro zorrito colorado. De fondo, a lo lejos, hacia la derecha: el cordón de las Cumbres Calchaquíes; mientras que, a su izquierda, mucho más cerca estaban las Sierras de los Quilmes.
Pablo los veía pedalear por medio del valle. Eran todas rectas larguísimas y sin desniveles, llanas y planas, lo que les permitía incrementar aún más la velocidad. Este tramo es particular por su escasa vegetación, solo arbustos y árboles pequeños.
A tan solo 14 Km. de Cafayate llegaron a un lugar llamado Tolombom. Este es uno de los pocos pueblos que forman parte del gran valle. En su paso lento veían como algunas personas regaban el poco pasto que tenían debido a la sequía de años anteriores. El sol estaba bajando para ocultarse en la noche y perderse entre las estrellas. Los viajeros aprovecharon el riego y le pidieron a un vecino si podían recargar sus caramañolas.
El paisaje comenzó teñirse de colores y a poblarse de olores. Hacia ambos lados de la carretera de viñedos que aparentemente pertenecían a la Bodega Peñalva Frías, según rezaban, cada tanto, los carteles.
Finalmente con las piernas cansadas, la soledad de la ruta y un día memorioso, llegaron a Cafayate. Eran casi las seis de la tarde pero los lugareños los recibieron con música, comida y bailes. Toda una fiesta.
Con ellos se sumaron otros visitantes: algunos a pie, otros en auto y obviamente los que andaban en bicicleta. Fue toda una celebración. Pablo sin saber que decir se separó un poco de su grupo, trató de mirar hacia todas direcciones. Por un momento pensó en que tal vez debía de tener cuidado. Las fiestas pueden ser engañosas en aquellos parajes, cualquiera de ellas podía tratarse de la luz mala o la Salamanca. Con cautela fue retrocediendo sobre sus pasos. Al otro día no había indicios de la fiesta.
Esta histoía continuará...
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