La semana comenzó con la rutina diaria. Los sueños eran engañosos y así fue hasta un día de otoño en el que todo parecía cotidiano, nostálgico, gris. Y sin previo aviso, la vio en la Planta principal de la facultad. Causalidades del destino, el tiempo se detuvo brevemente en un fugaz recuerdo que alumbró aquel rutinario día.
Como era de esperarse le fue imposible soltar un simple “hola”, pero por algo instintivo se empujó a seguirla.
Ella parecía apurada y, casi con histeria, salieron de la facultad. Daniel iba a 15 pasos de la apresurada chica que cruzó a toda máquina el puente sobre Av. Alcorta. Se detuvieron aguardando el semáforo de Av. Libertador y volvieron a cruzar. Siempre guardando la distancia.
Al instante cruzaron Av. Pueyrredón y se encontraron en Plaza Francia. Aquel centro del Paseo Recoleta daba el paisaje de aquella persecución que acabó al llegar a la esquina de Vicente López y Junín donde el "Paseo" terminó y ella entró en una importante librería que se encontraba dentro de lo que formaba un gran complejo de cines.
Muy despacio Daniel se acercó al local pero no la vio, la había perdido. Él conocía aquella librería la que, por cierto, no era tan grande. Entró simulando interesarse en algún que otro libro pero ella no aparecía. Aguardó entre las mesas y estanterías llenas de libros hasta que la vio salir de alguna puerta, perdida entre más libros, con otra ropa. Estaba austera pero eso no impedía apreciar esa mirada que hacía perder a más de uno lejos de la lectura.
El chico le echó un vistazo a su reloj y era casi hora de almorzar o, en su defecto, un simple café. La librería era de lo más elitista y “paqueta” posible. Pero ni el café más caro le impidió quedarse un rato más. Ella se desplazaba de un lugar a otro, atendiendo a las consultas de los lectores. Daniel soñaba con ser uno de ellos y hablarle de cualquier cosa. Pero aquel día no se animó más que a pagar la cuenta e irse del lugar con la alegría de saber que ya podía encontrarla en un lugar fijo.
El viaje a retiro fue a pie. Siempre caminaba por Av. Libertador pensando en cómo animarse a algo. Mientras se acordaba de la tana, esa ex novia que lo perseguía como un fantasma. Con ella habían pasado flechazos que dejaron nada, se acordó del altar que le había construido luego de conocerla. Viajaba a su casa en Coronel Suarez, pero eran dos especies distintas, uno diurno la otra nocturna.
Sin darse cuenta llegó a la estación del San Martín. El tren estaba a punto de partir, encontró un asiento con vista a la locomotora y encima del lado de la ventanilla ¿qué más podía pedir? Seguramente que no se le siente un flaco con olor a muerto. Tuvo suerte, el tren salió casi vacío y entre ese balanceo al que ya estaba acostumbrado veía por la ventanilla la parte trasera de su facultad y del otro lado la Villa 31. Que paisaje tan contradictorio y perspicaz.
Llegó a José C. Paz, y caminó los diez minutos que tenía de marcha hasta llegar a la Av. Altube y Granaderos a Caballo.
Llegó a su casa, se cambió la ropa de universidad y se calzó la ropa de fajina para hacer los carrillones que mantenían los estudios. Su primo llamó por teléfono, era un cable a tierra que estaba pronto a cortarse. Había otro pedido de carrillones.
El día terminó con un suspiro de alivio a las ocho y media de la noche. Se bañó, comió algo con su familia entre que todos comentaban el día y luego sus dos hermanas junto a la mamá pedían silencio por la telenovela. Con el papá se fueron a ver una película...
Al terminar se fue a acostar pensando solo en una cosa, al día siguiente no volvería a tener aquella rutina. Todo dependía de la respuesta a la pregunta ¿Trabajará en la librería mañana? Y hasta eso era una cosa que perdió su importancia cuando en la oscuridad de los sueños una verdad irrefutable era soberana y nadie podía interferir en ese sueño. Durante la noche finalmente hubo la tormenta que amenazó toto aquel día teñido de gris.
SONIDOS VACIOS
Fin de semana. Un sueño era recurrente, estaba solo en medio de una llanura, el pasto variaba en crecimiento y no se escuchaban más que los pájaros, algún mugido de alguna vaca suelta y eso era todo. A lo lejos se veía alguien mucho más joven, un nene de diez años con soledad más agonizante. El chico parecía contar su historia con la mirada, lo habían abandonado en medio de la nada y se encontraba perdido y sin rumbo. Gritaba lo más fuerte posible para que alguien lo escuchara pero no tenía voz. Solo se veía el gesto que hacía. En vista de su impotencia no tenía más consuelo que ponerse a llorar.
Daniel intentaba acercarse a él pero solo el paisaje se movía, entre él y el chico que lloraba existía siempre la misma distancia. La desesperación era tal que conseguía despertarse con la imagen de aquel chico a lo lejos que parecía tener una hoja de papel en la mano.
Esos sonidos vacios eran de alguna manera una vocecita dando consejos desde algún lugar, el cual vaya a saber uno donde está. De trasfondo se hacía siempre la misma pregunta "¿Y qué hago con esta piba?. Justo ahora me tengo que meter en estas cosas, la facultad está retomando su cauce, la coordinación con el trabajo va bien. En fin, el tiempo está a mi favor, asique ¿Para qué meter en donde no me llaman? Además esta piba de seguro está con algún gil, de estos nenes de papi que viven en capital, comen caviar y salen todos los fines de semana sin preocupación alguna. Que pedazos de forros..." Pensaba y pensaba pero no se decidía en una determinación. Bueno, por suerte, para qué están los amigos.
En esos momentos de ansiedad todo comenzaba a tornasolarse y necesitaba compartir esa ansiedad con los amigos que hacía tiempo no veía.
Los recuerdos fueron malos consejeros y se sustrajo hacia aquel fin de semana de otoño e intentó llamarlos a todos. El primero fue al que veía más seguido, Pablo. El teléfono se desprendió de memoria y lo atendió Vilma, la mamá.
-Hola Daniel ¿cómo andas?
-Bien acá estamos, con mucho estudio. ¿Está Pablo?
-Sí, esperame que ahí lo llamo- Con uno de sus clásicos grititos vociferó-¡Pablo, teléfono!-mientras el cable del teléfono hacía ecos.
Pero ahí se enteró que había salido con sus “Amigos musicales” y que no sabía a qué hora iba a volver.
El segundo fue Cristian, a quien para llamarlo tuvo que sacar la agenda y revisar el celular porque en una de esas no iba a estar en la casa sino en la pensión. Llamó, el celular sonó sin angustia y atendió él. Hablaron unos instantes en los que se saludaron, se comentaron como andaban hasta que Daniel le preguntó por dónde andaba. Cristian contestó "Córdoba", y Daniel siguió hablando y entonces le dijo que entonces se podían ver un rato.
Cristian hizo una pausa a la que Daniel rellenó preguntando “¿pasó algo?”. -No, nada pero me quedé pensando si estabas por acá. ¿Estás en Córdoba?
-No, estoy en mi casa. ¿Por?
-Porque yo si estoy en Córdoba, estoy en Car-los-Paz, Provincia de Córdoba.
-Ahh…entendí Av. Córdoba. Disculpá che. ¿Cómo que estás en Carlos Paz? ¡Woooh! ¡Qué hacés ahí locura!
-Uff, es bastante largo de contar. Tengo “algo” Pero dejame que cuando llegue a Buenos Aires lo hablamos tranquilos. De paso avisale a Jalva así nos juntamos.
Los amigos se despidieron y solo quedaba por llamar a Alberto (Jalva) que finalmente en la casa le dijeron que estaba trabajando en la veterinaria de Pueyrredón. Al parecer no había oídos y con 23 años ya era hora de decidir estas cosas solo. Estaba solo y este era el primer paso. Eso era lo más molesto porque no entendía por qué tanta importancia, porque tanto quilombo por esta piba.
Tal vez porque miraba el ambiente que lo rodeaba en José C. Paz y luego pasar a los Jardines perfumados de Recoleta, o el hecho de que trabajaba en un galpón de dos por dos y ella en una fina librería. Seguramente eran esos contrastes que hasta ese momento no les daba importancia porque era su vida diaria.
Entonces si realmente esa chica con la que se estaba por meter era tanto como pensaba, se las tenía que ingeniar.
¿Por qué le era tan complicado tratar de acercársele? Seguro por ese auto prejuicio, aún así ni él lo sabía. Pensó algunas respuestas como que era demasiado sofisticada, demasiado inteligente…en fin demasiado. Aunque todavía ni la conocía. Se dio cuenta de que, en una de esas, se estaba tirando a menos. No era la primera vez que se iba a encarar a alguien, pero era la primera vez que iba a encarársele a ella.
Era la tarde de aquel día, algo primaveral para otoño, en el que no pudo encontrar a ningún amigo. cada uno estaba en la suya. Puso la pava y en medio del patio se cebó unos amargos. Pensar, pensar y pensar era lo único que hacía en medio de la soledad de un día que se acababa temprano anunciando la llegada del inminente invierno. La tortuga y su gato Gaspar aguardaban junto a él mirando el vacio. Como únicos testigos esperaran que se decidiera. No podía tener a alguien más simplemente porque no podía ser. Y si lo rechazaba podía sufrir algunos días y listo. Eso ería todo. Lla evitaría si la viera caminando por la facultad y ya. Se tendría que cuidar deque no cursaran ninguna meteria juntos ¿Escondidas? Sin embargo era tan rara, la había conocido en la distancia, ese mes que cursaron juntos en verano y cuando la saludaba, aveces le devolvía el saludo y otras ni lo registraba. ¿Sería por lo del acensor? No, simplemente es una de estas pibas que "son" deacuerdo a como vaya el día. Porqué no era constante con lo que le pasaba, sería que ella tambien era cambiante...sería que...
"Esto es una boludes" pensó, se cambió de ropa, salió de su casa en aquella tarde de sábado y se fue hasta la estación del tren. Llegó a capital y de ahí se tomó el 95 hasta la facultad. Cruzó el puente y con los faroles de Plaza Francia recién encendidos y la luz anaranjada del sol yéndose, su viajecito termino en aquella librería. Se acercó hasta la vidriera esperando ver su ir y venir. Más allá de su reflejo en el vidrio estaba ella, era sábado y estaba trabajando.
El reflejo del chico se desvaneció y por la vidriera se lo pudo ver dentro de la librería acercándose a ella.
Continuará...
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