Corsino vive en las afueras del conurbano bonaerense. Hace varios años heredó un café en el que trabajó desde los doce años. Aquel bar, más conocido como La Milonga, se encuentra en la ciudad de Buenos Aires resistiendose al paso del tiempo. Como buen símbolo del melodrama, Corsino cuenta y comenta las andanzas de personas que alguna vez se acercaron al café. Pero también escribe lo que se ha enterado y ha vivido en muchos de sus viajes. La razón de ¿porqué el dueño de un cafetín cuenta esas historias? no lo se. Una posible respuesta sea seguramente porque hoy forman parte de su vida.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Lado B, Parte II

PASOS SOMBRIOS

El frío se apoderó de la madrugada como su mejor amigo. El viento sopló llevando, a las ciudades porteñas y aledañas, nubes blancas que envolvieron los cielos y así el gris protagonizó todo el día. El sol no tuvo la más mínima oportunidad de tocar el empetrolado asfalto o el destonalizado cemento de los edificios.

El reloj sonó a las cinco y diez con las interminables melodías de madrugada. En su pieza abría los ojos escuchando a Las Pelotas y, en la penumbra del cuarto, abandonaba sus frazadas, se ponía un pantalón, una camiseta, la camisa arriba, un suéter gris y como broche final se calzó los zapatos de gamuza marrón acordonados. Atravesó todo el taller de costura que lindaba con su pieza y corrió al baño. Puso la pava, fue al baño, volvió a la cocina y se cebó unos amargos. Eran las cinco y media.
Todavía no había empezado el día y ya estaba pensando en lo que tenía que hacer en la tarde: carillones. Programó la video casetera para grabar el Hombre Increíble con Bill Bixby. Era una serie que no podía ver por el horario. La pasaban a las 5:50 AM por canal 13. Lo entretenido era ver algunas propagandas, como ser: la de Les Luthiers sobre su 40 aniversario o la del estreno de El hombre que volvió de la muerte.


Eran las seis de la mañana, un martes nacido aquel mes de mayo del año 2007, el viento volvió a soplar y el invierno más crudo se hizo presente.
Entre las vacías calles de José C. Paz, se escuchaban los pasos de un chico abrigado, uno que caminaba exhalando vapor y escalofríos sobre la calle Tres Sargentos. Llegó a la parada del colectivo sobre Av. Gaspar Campos. Cuando llegó a la estación de su ciudad, se subió rápido entre la multitud y encontró un asiento al lado de la ventanilla. El tren se dirigía a Retiro y, por aquella ventanilla levemente lloviznada, veía entre parpados cansados todo el cielo nublado. Un paisaje tan gris que inexplicablemente lo hacía sentir cómodo. Sin embargo, en su soledad de viajante quería no despertar y viajar durmiendo hasta “alguna vez”. Esa era su vida y un nuevo día estaba empezando.

El tren se detuvo un momento en Palermo y la mayor parte de las persnas que abrigaban aislando el frío y los chifletes del vagón, lamentablemente se bajaron. El San Martín, ahora medio vacío, continuó acercandose lentamente a la estación de Retiro.
El cuadro enmarcado por el vidrio de la ventana daba imágenes en movimiento. Eran oscilaciones que iban desde zonas ricas, inalcanzables para muchos bolsillos, a descampados que terminaban en andenes, galpones y los gigantescos asentamientos de la Villa 31.

Estaba medio dormido y, aun así, se levantó de su asiento de chapa. Sus piernas estaban adormecidas por el frío que entraba al vagón, pero no se comparaba con lo mucho que se presentía afuera.
Caminó bostezando entre los vendedores de café y los gritos de "chipá" hasta el control de los guardas, entregó su boleto y se fue hasta la Av. Libertador a tomarse el colectivo. Paró un momento en un puesto de diarios y compró una revista de rock, luego se subió al 130 con el que llegó finalmente a la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, Av. Figueroa Alcorta 2263.
Subió las altas escalinatas que se encontraban lejos de la vista de los peatones y de los curiosos turistas. Entró por una puerta pequeña que estaba del lado “derecho” de la universidad. Miró hacia atrás un momento y retomó su camino a esa pequeña penumbra, un lugar donde se criaban a los furiosos futuros abogados, jueces, fiscales y presidentes de la Nación ¿Cuál de todos esos personajes quería ser?
De alguna manera ese día se parecía al de ayer, al de anteayer y al de la semana pasada. Las leves diferencias oscilaban en un aula y un profesor macanudo, posiblemente también en la clase, el libro y el ventoso clima que sentía aún dentro de la facultad.

Cursó su materia y al terminar la hora y media de cursada salió lentamente del aula 52, una de las más bonitas de la planta baja ya que durante el día recibía una suave luz del cielo. Aunque el cielo esté nublado.

El chico se quedó hablando con sus compañeros, pero al ver la impaciencia de los que esperaban afuera, salieron del aula soltando frases como: “¡Nos vemos pasado mañana!”.
Él alumno tomó su bufanda azul, la enroscó alrededor de su cuello, metió su cuaderno de apuntes en su morral y al cerrarlo salió del aula. Cuando cruzó por el portal volvió al tono tenue que caracterizaba los ambientes de la vida legal.

Subió hasta la planta principal y desde allí caminó hacia la oficina del personal de mantenimiento donde también se encontraba la entrada al escenario del auditorio. Este mapa de espesa química se había grabado en sus neuronas con fuertes ralladuras por el correr de los años. Cada oficina tenía su historia y él la conocía, sin embargo prefería no pensar en ese vacío que le generaba tanta información inútil. Su objetivo era hablar con un profesor que estaba dando clase en el auditorio.
Finalmente llegó al primer pasillo de la planta principal, allí estaba la oficina de mantenimiento. Justo en ese momento ordinario la vio de nuevo, era ella otra vez. Habían pasado unos meses de agonía sin verla y soñar con su recuerdo y la triste realidad de decirse así mismo “dejala, ya fue, no sueñes más". Estaba igual, como aquella última vez que la había visto así de cerca, el pelo atado aunque obviamente, por la nueva estación, estaba más abrigada.


EL RECUERDO QUE CAYÓ HACIA ATRÁS


Fue en febrero, en aquella cursada de verano del 2007. Él llegó tarde a clase y se sentó en el banco de adelante. Esos eran los peores ya que no tenían mesa para apoyar el cuaderno.
Por otro lado, los ascensores de la facultad por lo general estaban y, aún hoy, siguen estando clausurados (cuando alguien se acuerda y les pone un cartel, de lo contrario uno puede estar varios minutos esperándolo). Y esa es la mejor parte, ya que son de tardar en llegar al que los llame. Los hombres, en su mayoría, tratan de usar las escaleras y dejarles su lugar a las mujeres. Esto es así porque el máximo de carga por ascensor es de ocho personas.
Él había subido tres pisos por las escaleras de la facultad y, sumado al calor matutino, las gotas de sudor afloraban por todos lados. Esa rutina se repitió casi toda la semana y el profesor ya tenía listo el ausente para el recién llegado. El hombre era muy estricto con el horario de cursada y nadie podía quejarse.

El jueves de esa misma semana, eran casi las nueve y quería llegar temprano. Esperó al único ascensor que andaba y al entrar se miró un segundo en el espejo. Entonces la vio por el reflejo corriendo hacia él, queriendo alcanzar al ascensor que comenzaba a cerrar lentamente sus pesadas puertas. Él se dio vuelta y quiso frenar las puertas pero fue inútil, las botoneras no respondían. Lo único que logró fue detenerse en cada piso.
Ese día llegó temprano al aula y escuchó al profesor decir su nombre y con satisfacción estuvo ahí para decir presente. Un minuto después la puerta se abrió con la chica que había visto en el ascensor. Estaba un poco cansada por el calor agobiante y no tuvo otra alternativa que sentarse en el banco de adelante. Obviamente tenía ausente.
Al terminar la hora, ella salió de ahí con una amiga. Caminaron hablando del parcial que tomarían al día siguiente y del ausente que le habían puesto. Él caminaba muy cerca de las compañeras escuchando levemente lo que decían y sin llamar la atención. Ella le dijo a su amiga que un boludo le había cerrado la puerta del ascensor. La amiga agregó “¡que forro!” y el boludo comenzó a tomar un poco de distancia de las dos amigas.


Continuará...

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