Corsino vive en las afueras del conurbano bonaerense. Hace varios años heredó un café en el que trabajó desde los doce años. Aquel bar, más conocido como La Milonga, se encuentra en la ciudad de Buenos Aires resistiendose al paso del tiempo. Como buen símbolo del melodrama, Corsino cuenta y comenta las andanzas de personas que alguna vez se acercaron al café. Pero también escribe lo que se ha enterado y ha vivido en muchos de sus viajes. La razón de ¿porqué el dueño de un cafetín cuenta esas historias? no lo se. Una posible respuesta sea seguramente porque hoy forman parte de su vida.

domingo, 6 de marzo de 2011

BÚSQUEDAS (Última Parte)

YA ME VOY DE CAFAYATE
  
La incomodidad de la vida salvaje fue tal vez un poco más difícil de domar. Y la tentación de volver a un hostel nuevamente lo hizo caer en el pueblo pero ahora con más experiencia. La cuenta de sus días con los diaguitas dieron veinte lunas allá en el cerro. Aquellas subidas y bajadas al pueblo para la compra de víveres le ayudaron a mejorar y madurar su trato con el dueño de un hostel. Tal fue así que el dueño del lugar le ofreció quedarse allí con él. Sus palabras fueron algo así: “mientras vos  estés en el hostel ya me das una mano y yo puedo salir sin abandonar esto”  Y así fue como volvió al centro de Cafayate.

En un principio habitó con su carpa en el patio del hostel teniendo en cuenta el agraciado calor que persistía en quedarse. Pero finalmente el frío se impuso y se le permitió dormir en un living.
Según sus palabras estuvo “medio trabajando, medio parásito”. Fueron dos largos meses. Hasta el punto de decir: “Listo ya está, de este hostel no me mueve nadie”. Pablo se encontraba literalmente trabajando en un hostel de Cafayate.
En ese lugar trabajó por el techo, la comida y como bien dijo “para ahorrar un cobre”. Su función era la de arreglar los cuartos y por momentos se lo podía ver en la administración. Lo cierto es que conoció a una gran cantidad de viajeros de todas partes del mundo. Todos con una historia para contar en varios libros.
Por otro lado su familia, sintiendo el paso del tiempo, le mandó una encomienda y adentro de esta se encontraba su computadora portátil. Ahora si, estaba claro que la residencia era intachable.

Era el mes de mayo. Los viajantes por momentos escaseaban y por otros asotaban la tranquilidad del pueblo. En el transcurso de sus estadías Pablo aprovechó para terminar de leer Rayuela y cada vez que algún huésped lo veía leyendo aquel libro, se acercaban a él para contarle su experiencia con aquellas páginas. Algunos lo habían leído en ruso, como el viajante que era de la República de Uzbekistán y se lo pidió para compararlo con el suyo. Otros como los franceses eran de mucha ayuda para traducir frases del libro que estaban en francés.

La mayoría de los que transitaban el lugar tenían edades que oscilaban desde los 24 a los 30 años. Compartió salidas con un grupo de chicas y chicos españoles.
Conoció a una chica del barrio de Belgrano, provincia de Buenos Aires. Sin quererlo y tal vez por instinto lastimó los sentimientos de la “gordita” enamorada. Le tiró frases como: “La verdad no tenía ganas de estar con vos”. Pero como era de esperarse reconoció que fue la peor sinceridad del mundo. Tanto fue así que esa anécdota me resulta incontable de cualquier forma posible. Cuente como la cuente siempre termina en risas. Un buen día la chica se enfermó y por un breve lapso de arrepentimiento le alcanzó un té al cuarto para purgar culpas. La chica siguió su ruta con su amiga y seguramente él no la vuelva a ver nunca más.

Mientras que estaba allí tuvo dos propuestas para un futuro viaje. Una era ir a Animaná (Su traducción en lengua kakana es "lugar del cielo") un pueblito que está pegado a Cafayate. Un hombre que paraba en el hostel le dijo que en aquel lugar necesitaban a un profesor de ingles, aunque solo fuera para cinco personas mayores. La otra propuesta se le presentó por un viejo holandés y era irse a San Pedro de Atacama, Chile. Allí podía trabajar de guía turístico por las posibilidades que le daría saber inglés.


COLOMBÍA

A mediados de mayo conoció a Nancy o como bien le dicía él “La colombiana”. Ella no pretendía estar más de dos días y terminó quedándose dos semanas. Mientras estaban juntos hablaban de cualquier cosa, escuchaban música por la computadora de Pablo y se reían de algunas coincidencias mientras fumaban. Un tema recurrente fue uno de los libros que más le había gustado a la colombiana: Rayuela.
Nancy le contó que era fotógrafa y que estaba camino a Buenos Aires capital en busca de un trabajo no muy seguro. Sin embargo para ella serian otras dos o tres semanas en Argentina aunque su viaje no terminaría aquí. Eso ambos lo sabían.
En palabras de Pablo: “Pegaron muy buena onda” y decidieron ir a otro lado, lejos del hostel para poder acampar juntos. Volvieron al Hostel luego de unos días a la intemperie. Con la llegada hablaron de algunos planes. Ella le dijo que tenía que seguir su viaje, él la entendió, ella se tenía que ir y finalmente se fue a Buenos Aires. Cuando abandonaba las puertas del lugar que fue su testigo en muchos de sus momentos, él simplemente la siguió con los ojos y con un lento parpadeo la saludo por última vez.

Al día siguiente de aquella partida el norte estaba pisando el mes de junio y en su suelo alguien simplemente extrañaba, trataba de no pensar pero la misma oración se le cruzaba y se iba con a cada rato con el viento: “uhh…no está, se fue la colombiana”. Y luego de todo un día de hacerse la cabeza la oración fue reemplazada por otra: “tengo que ir a verla a Buenos Aires”. Así pasaron otras dos semanas y dijo “no, ya fue”.
La primer semana de junio habló con ella por teléfono, él le dijo que se iba a ir para allá pensando al mismo tiempo: “decime que si, decime que si” Pero Colombia le insinuó: “¿te parece viajar un día hasta acá?”
-“Y bueno, la verdad no se, tenés razón. Capaz que si. Capaz que estoy flasheando y no es para tanto”-dijo retrocediendo dos pasos con el teléfono y la conversación quedó ahí.

A pesar de eso, en los tres días siguientes se cansó del hostel completamente. Pero el broche final fueron dos tipos que paraban en aquel lugar. Habló con ellos de la forma más espontánea.
Uno de ellos era un viejo holandés que tenía cerca de 71 años, hablaba varios idiomas y viajaba desde los veinte años. El otro era un francés que no era francés de Francia sino de la Isla de la Reunión que está al lado de Madagascar y Mauricio.
Uno de ellos le dijo mirándolo detenidamente:
-Me parece que estás bien acá Pablo, si. Pero como que te hace falta algo ¿no? pareciera como que estás un poco estancado.
-Y la verdad que si –dijo Pablo-me parece que si.

Y fue así de fácil que con esa charla y con el cansancio que tenía se fue de Cafayate pensando con la mano izquierda en la frente: “tengo que volver a ir” y también en todas las que tendría que vender para comprar una buena carpa, un equipo y volver a salir de viaje. Juntó todas sus cosas y salió a la ruta nuevamente. Rayuela se quedó en el hostel para que los ojos de otro viajante se pose sobre sus páginas y lo acompañe en otra búsqueda.
En un principio intentó hacer dedo en la ruta desde Tucumán, pero por la temporada baja no pasaba casi ningún auto y el que se asomaba no se arriesgaba a frenar. Decididamente la vuelta fue en micro.
La mañana del domingo 13 de junio Pablo volvió a pisar Buenos Aires completo. La corriente lo trajo de vuelta. El pelo más largo, un poco de barba, bronceado y algunos souvenirs del viaje en una pierna. La mañana del lunes pensó en que la mejor forma de aparecérsele a Daniel sería saltarle desde arriba de un árbol. Pero la posibilidad de que este lo golpeara antes de reconocerlo le hizo abortar de inmediato y para un reencuentro habló con Cristian. Este último coincidió en que posiblemente el golpe de repulsión sería una patada.

Buenos Aires, Ciudad de San Miguel. La noche del lunes 14 de junio en el bar 25 de Mayo de la calle Belgrano y Av. Pte. Perón, Cristian se reunió con Daniel en el café con la excusa verdadera de hablar de un tema personal. Daniel hasta ese momento ignoraba el regreso de Pablo. Los dos se sentaron al lado de la ventana mas adentrada a la puerta de la peatonal. Pidieron dos cortados y a mitad de la charla Daniel sintió una mano desde atrás que lo abrazaba, Cristian sonreía y Pablo saludaba.

Daniel no entendía nada. Cristian pidió una cerveza y junto con Pablo se reían. Finalmente los tres amigos se reencontraron. El recién llegado contó grandes anécdotas de su viaje y comentó el gran motivo que lo traía nuevamente a Buenos Aires: una chica de Colombia. Para los amigos que esperaron el regreso lo mejor fue verlo feliz, divertido y retrotraído en ese que hace unos años lo caracterizaba. Un sin lugar para lágrimas. Lo había encontrado, estaba despierto y lleno de nuevas ilusiones. La sonrisa en su rostro a cada rato lo confirmaba.

Cristian le resaltó a Pablo el hecho de enterarse del viaje por un correo. Sin embargo fue un comentario en broma, ya que el reproche fue darse cuenta de que no sabía nada de él en mucho tiempo. Aquella noche brindaron en el bar pegados a una ventana que los separaba de la soledad y el frío del afuera. En San miguel solo se oían las risas y en el pequeño gran bar, donde solo se ocupaban cuatro mesas, en una de ellas se podían ver abrazos. Una de esas también era de su reencuentro y del final de una búsqueda que dio inicio a otra.
Por momentos pienso como si nuca se hubiera ido y a lo largo de su viaje entendí que su final, aquella meta no fue más que una posta. Una que ganó, una que encontró y una que ahora debe seguir guiado por sus pies, los que seguramente lo llevaran a una nueva aventura.


Fin


Muchas gracias a los que llegaron hasta acá. Los que sortearon las páginas de esta improvisación de historia sin decir alguna vez "Dejá de mandarme estos mails". Y para el protagonista una palmada por haberse bancado semejante trato con su vida. Gracias por el aguante y soportar las impresiones por momentos subjetivas. Es que simplemente fue eso, una forma de contar algo siguiendo alguna que otra regla de fantasía. No se cuando volveré a escribir algo así para que quede en el recuerdo de algunos como bueno o malo, que sea un recuerdo mas. No fue el relato de un héroe ni de una leyenda, simplemente una de las tantas historias que hay para contar y que como bien pudieron ver al principio son muchas y casi imposible de escribirlas todas. Un saludo grande y desde ya disculpen los incontables errores que tuvo esta redacción, como bien se sabe no soy escritor soy solo un sueño.
Y como bien diría Pablo en estos momentos:

"¡¡Un abrazo para todos los lokitos de José C. Paz y aledaños!!”



1 comentario:

  1. No paro de leer esta excelente historia.
    Esa noche en el bar fue algo genial para mí...
    Necesitaba tanto pero tanto de esa reunión.

    Espero verlos pronto

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