Corsino vive en las afueras del conurbano bonaerense. Hace varios años heredó un café en el que trabajó desde los doce años. Aquel bar, más conocido como La Milonga, se encuentra en la ciudad de Buenos Aires resistiendose al paso del tiempo. Como buen símbolo del melodrama, Corsino cuenta y comenta las andanzas de personas que alguna vez se acercaron al café. Pero también escribe lo que se ha enterado y ha vivido en muchos de sus viajes. La razón de ¿porqué el dueño de un cafetín cuenta esas historias? no lo se. Una posible respuesta sea seguramente porque hoy forman parte de su vida.

domingo, 27 de febrero de 2011

BÚSQUEDAS (9na. Parte)

EL DIARIO DE DANIEL 

Que lindo había estado aquel día. Me levanté con el radio despertador a las 6.00 AM. Después de una cortina musical, el locutor me recordaba la fecha: miércoles 3 de marzo. En cuanto mis pies tocaron el suelo se prepararon para un día como cualquier otro.

Había trabajado todo el día hasta que por fin dieron las 5.00 PM. Mi hermana y mi mamá estaban saliendo para el supermercado, mi papá estaba pasando unos documentos en la computadora y justo en el instante en que me acomodaba para ver una película sobre mi sillón preferido, escuché que desde el afuera gritaban: ¡Dani!

También escuchaba la vocecita de mi hermana que volvía a entrar diciendo: "Hola Pablo, ahí lo llamo". Ella se había olvidado la billetera y volvió a su pieza a buscarla para volver a salir.
Me asomé a la puerta y lo invité a pasar. Tenía una chomba azul claro con pequeñas rayas blancas horizontales, un pantalón corto y unas zapatillas nuevas.
Nos sentamos. Tomamos unos mates casi agridulces sobre la mesita de la cocina.  Se lo notaba algo callado como con ganas de decirme algo muy importante.
Saqué la película y puse un CD de Billy Cougham. Retiré la pava del fuego y tomamos unos nuevos mates. Entre cebada y cebada me dijo: “El viernes me voy”.

-Que bueno y...¿a donde van?- Le dije. Hasta ese momento yo pensaba que me estaba contando sus vacaciones- Tus viejos deben estar preparando los bolsos.
-No, me voy yo solo. A Tucumán.
-¡Ah! Pensé que eran vacaciones familiares y ¿cuanto tiempo che?-Mientras sacaba la comida del gato y le servía a un costado. Justo en ese momento escuché a mis espaldas:
-No, me voy solo y no se. Voy a probar suerte.
Cayó el silencio. Lo miré me volví a sentar, me tomé un mate amargo y lo felicité. Fue lo mas espontáneo que pude decir,  tal vez porque era lo que menos me esperaba. Seguimos hablando y a medida que pasaban los minutos iba cayendo en la noticia que me había dado. Realmente se estaba despidiendo.
La conversación duró casi cuatro horas. Por unos minutos salimos al patio. Le pregunté ¿porqué se iba? Y el me dio varios motivos.
-Acá ya no tengo nada que me ate. No tengo novia, estudio ni trabajo. Siento que estando en José C. Paz no voy a ningún lado y que en cualquier lado no voy a estar tan mal como estoy acá. El estar en mi casa sin hacer nada no me gusta, se que eso está mal pero tampoco tengo ganas de hacer algo, no tengo incentivo propio. Tampoco puedo crear nada artístico ni que se le parezca. Y por último, ya no estoy mas con Pame sin saber todavía que pasó ¿porque no me volvió a llamar?.
-Pero ¿lo planeaste desde hace mucho este viaje?
-Y mazo menos hace 15 días. Desde que empecé un curso de arte en vidrio en el Instituto Rojas. Eran cuatro clases todos los lunes pero después de la primera me decidí a no seguir. Averigüé sobre el pasaje a Tucumán por ser el lugar que mas barato y mas lejos puedo llegar.

Luego dejamos el patio, volvimos a entrar y nos sentamos en los sillones. Cuando mi hermana y mi mamá volvieron de hacer las compras nos fuimos a escuchar música a mi pieza. Mientras me contaba que se iba a llevar algo para leer, me comentaba sobre un libro de Manuel Puig que le iba a dejar a su mamá para que yo pasara a buscarlo. Sin embargo se sinceró y dijo que seguramente no se llevaría ningún libro. Yo me levanté de mi silla y fui hasta un estante. Ahí estaba él, ese que tantas ilusiones había creado, tantos viajes me había acompañado y, tal vez, sea el mentor de estas páginas. Solo y mezclado en la repisa estaba sobresaliente el lomo de Rayuela. Lo tomé, se me cayeron unos separadores arrugados y acomodando unas hojas dobladas le dije: “Espero que te sea un buen compañero”. El lo tomó y me dijo "bueno entonces que sea como intercambio del libro de Puig". Pero le respondí que no. Ese libro se lo daba para que lo acompañe en su largo viaje y si en algún momento se veía obligado a venderlo le podía sacar una buena suma. Por otro lado “es imposible que te aburras, hay más de dos maneras de leerlo, está en vos saberlo”. Me agradeció y sin volver a tocar el tema me dijo:
-Mañana los chicos van a hacer un asado. Si querés estás invitado. Es en la casa de Javi.
-No creo poder ir pero se agradece.
De un memento a otro dieron las 9.00 PM. Se tenía que ir. Lo acompañé hasta la puerta y nos quedamos unos minutos más en la vereda.
-¿Vas a escribir?
-Voy a tratar, aunque también tengo que ahorrar.
-Bueno tratá de escribir ¿Le avisaste a Cristian y Alberto?
-No, la verdad no creo verlos porque Cristian no está casi nunca en la casa y Alberto menos.
-Eso genera misticismo. Pero tenés que avisarles.

Creo que en esa despedida entendí la magnitud del viaje que estaba por hacer. En ese momento dijo algo que todavía no puedo recordar porque solo pensé en mi primer día de secundario. Allá por el 2000, hacía ya tan solo diez años cuando lo vi moviendo las manos como si tuviera dos palillos de batería y con ellos golpeaba un redoblante imaginario.
Le escuché decir: “Nos veremos algún día”. El último abrazo vino después de ese pensamiento y antes de que diera el tercer paso por la oscura calle de Roque S. Peña en dirección a Pueyrredón, le pregunté: ¿Puedo escribir sobre tu viaje? Él se volteó, sonrió continuando el paso hasta perderse en la distancia.

Aquella noche antes de acostarme pensé en aquella última imagen que tuve de él y una tormenta de recuerdos fugases trajeron la nostalgia de aquellos días sin preocupaciones. REtomé aquel día de marzo del 2000, todavía me acuerdo, que increible que hayan pasado diez años desde ese día en el colegio. Hoy ya estábamos muy lejos. Pablo, el de "aquellos días", se había ido hace mucho tiempo. El que iba a viajar ahora estaba por emprender una aventura en búsqueda de su otra parte, la de “aquellos días”. Y con una sonrisa de oreja a oreja seguramente tendrá éxito. Por que sé que en su periplo puede esperar que lo encuentre o simplemente perderse.

REFLEXIÓN

Cuando uno es chico muchas veces piensa en crecer, o trata de encontrar la repuesta a la pregunta: ¿que ser? Cuando uno entiende al tiempo y su avance paulatino (ese que nos va dejando un efímero trayecto) algunas veces se detiene a mirarlo pasar y ver el rastro de lo que dejó. Lo sigue viendo y piensa en lo que fue, lo que es y lo que vendrá. Lleno de deseos retoma el viaje, esta vez, de su mano y sin dolor.
Cuando uno esta lejos le suele pasar algo parecido. Y es ahí cuando el chico decide seguir creciendo o también quedarse con su tiempo, con sus deseos y con su infancia, aquella que lo ve todo muy lejano en el tiempo: ese horizonte pensado como "algún día llegará y  por fin seré"


Esta historia continuará una vez más...

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