Corsino vive en las afueras del conurbano bonaerense. Hace varios años heredó un café en el que trabajó desde los doce años. Aquel bar, más conocido como La Milonga, se encuentra en la ciudad de Buenos Aires resistiendose al paso del tiempo. Como buen símbolo del melodrama, Corsino cuenta y comenta las andanzas de personas que alguna vez se acercaron al café. Pero también escribe lo que se ha enterado y ha vivido en muchos de sus viajes. La razón de ¿porqué el dueño de un cafetín cuenta esas historias? no lo se. Una posible respuesta sea seguramente porque hoy forman parte de su vida.

sábado, 15 de enero de 2011

BÚSQUEDAS (3ra. Parte)

UN SUEÑO EN LOS CARDONCITOS

"Que hago acá", pensó. Era una habitación fría, oscura y vacía. En el medio había un cubo de cristal que flotaba inerte. Se acercó al extraño y transparente poliedro. Estaba más lejos de lo que pensaba. Al tenerlo enfrente vio que tenía casi nueve metros de altura, sus costados, a medida que se acercaba, parecían infinitos por esa tenue luz que los perdía. Tocó uno de sus cristales y una secuencia fulminante de imágenes de toda su vida comenzó a iluminar la habitación convirtiendo la oscuridad en una ceguera deslumbrante que envolvió sus ojos. Aquellas secuencias lo consumieron transportándolo en el tiempo y espacio hacia alguna impensada parte.Un clima húmedo, a lo lejos algún auto aceleraba quien sabe porqué. Él se tambaleaba, estaba aturdido, miraba en todas direcciones pero no podía enfocarse. Todavía estaba acongojado, inestable y perdido por el bagaje de las imágenes.

Finalmente logró serenarse, respiró profundamente y contempló un paisaje que le era muy familiar. Se encontraba en un techo. "¿Estoy en Buenos Aires? -se preguntó- Esto es José C. Paz".En realidad era el lavadero del fondo de su casa. Desde esa corta altura podía ver parte de su ciudad natal, las casas vecinas y sentir, a la vez, los débiles vientos de su provincia. Que familiar le parecía todo. Volvió pero ¿de donde? Miró hacia el comedor de su casa, con esos inmensos ventanales, alzó un poco más la vista y vio a un chico que se encontraba cambiando unas tejas en el techo del comedor de su casa.
En un principio no distinguía bien la imagen por los rayos del sol, los cuales se fueron tapando por las nubes del mes de febrero. Por fin pudo ver al incansable techador. ¡Era él! Un doble. No, pero si ese trabajador era Pablo, ¿quien era él? ¿Porqué podía verse a si mismo? Aunque le gritó, no podía “oírse”. Bajo del techo del lavadero (su lugar de llegada) y saltó al patio. Podía sentir el piso de ladrillos, su pasto verde y fino. Trató de pensar un momento. Se sentó en una de las sillitas del jardín y se quedó contemplando como trabajaba. Al rato se abrió la puerta del comedor y salió su mamá, quien también ignoró su presencia. Se asomó hasta que por fin divisó a su hijo trabajando en el techo y le gritó: “¡Pablo…teléfono!".
¿Acaso estaba muerto? Si eso era cierto ¿cómo podía sentir el impacto del salto al suelo, oler el pasto de verano, el sol entibiando la piel?

Siguiéndola desde adentro salió el Chule, su viejo y petacón perrito negro. El techador bajó y entró a la casa junto con su madre. Sin embargo el Chule se quedó sentado al lado del Pablo invisible que seguía sentado sin entender nada. Su amigo de cuatro patas si lo pudo ver. El Chule trataba de mantenerse en sus dos cansadas patitas mirando hacia arriba como alguien a quien no veía en mucho tiempo. Su dueño le devolvió el gesto y no dejó de acariciarlo hasta que el atardecer los llevó adentro de la casa. Cuando oscureció le abrieron la puerta al perrito negro. Pablo decidió entrar y enfrentar esa extraña realidad.


Caminó derecho hacia la cocina, su mamá preparaba la cena. Algo le llamó la atención. Era un extraño reloj a cuerda de color verde que se mantenía suspendido en el aire y que su mamá traspasaba sin darse cuenta. Pudo agarrarlo y lo primero que hizo fue intentar darle cuerda, pero la perilla estaba trabada. Tenía unos dígitos que marcaban la fecha 05/02/2010 y la aguja de la alarma daba las seis.
Intentó mover las perillas de la hora actual, las agujas se movieron y, al adelantarlas, el tiempo avanzó a un ritmo acelerado. Podía ver ese ir y venir de su papá, a su hermana y hasta los movimientos de su doble a una increíble velocidad. Frenó el avance cuando las luces se apagaron y todos se fueron a dormir.
Tratando de no hacer ruido se deslizó por un pasillo que daba al cuarto de sus padres. Sin embargo nadie podía oírle.
Contempló unos segundos a su mamá y a su papá como si los viera por última vez. Retrocedió sobre sus pasos, subió las escaleras que daban al cuarto de su hermana, al lado del suyo. Primero se asomó por una puerta blanca y vio a Agus, su única hermana menor, parecía que había pasado tanto tiempo ya. Luego se vio a si mismo recostado en su confortable colchón. Sobre las repisas los discos desordenados con la tierra de días sin pasarles un trapo, todo seguía igual.
También estaba la pequeña y rectangular ventana corrediza abierta por el calor, el carillón de caños de aluminio que le regaló su mamá, el clarinete de su abuelo, en fin, todo lo que era y fue.
Se apoyó de espaldas a la pared, al lado de la puerta, su nuca acompañó este fatigado movimiento. Se fue deslizando hacia abajo hasta quedar sentado en un rincón, con las rodillas hacia arriba sobre el suelo de parqué. Somnoliento cayó entre los sueños de su familia. Finalmente se durmió en el silencio y la penumbra de la noche.
Al despertar, estaba en su cama, era la madrugada del 6 de febrero. Pasaron las horas, en la mañana se vio como averiguaba sobre un curso que se daba en el centro Rojas de la Av. Corrientes en Capital.
El asunto era simple: quería ampliar sus conocimientos de electricidad, esos que había obtenido el año anterior. Pero luego encontró en el sitio un curso de xilografía y decidió aprender el oficio de hacer vitrales en vez de la electricidad, algo que podía esperar un poco más. El curso consistía en ocho clases, todos los lunes a partir del 8 de aquel mes.
Muy contento fue a su primera clase, estaba empezando algo nuevo. Habló con el profesor y le encargó algunos materiales. Era de noche. Terminada la hora de cursada se volvió a su casa en tren. También lo acompañaba ese extraño fantasma de su inmediato futuro. Llevaba consigo, a cada minuto, su reloj verde a cuerda. No dejaba de mirarlo y pensar en un amor, en peleas, en amigos y en frustraciones. Los pensamientos estaban acompañados con todas aquellas pasiones que vivieron sus recuerdos. El viaje en tren hasta su casa se alargaba. Decidió sentarse en uno de esos asientos para cuatro personas, estaba del lado de la ventanilla en dirección a José C. Paz. Por momentos pensaba, miraba su reflejo por la ventanilla, el cartel de la estación de Chacarita y luego se adormecía. Mientras tanto el Pablo más viejo lo observaba sentado en el asiento de enfrente. Este se miraba mas joven mientras se perdía en sus continuos pensamientos hasta que también comenzó a dormirse y se adentró en un universo reciente.
Sentía una extraña pesadez, pasos que vienen y van, un libro en las manos, murmullos de unos mochileros, un compañero de viaje en tren le convidó caña durazno a altas horas de la noche y un guarda que gritaba San Miguel de Tucumán.
De pronto este último se despertó y gritó inconcientemente una palabra que calmó su intromisión: “¡Tucumán!”. Se miro así mismo y el Pablo que venía de su primera clase se despertó asustado por el grito. Miró a sus costados el tren iba casi lleno, algunos dormían y otros se reían de su cansancio. El asiento de adelante estaba vacío.
Al llegar a su casa entró directamente a Internet con una palabra que lo acompañó todo el viaje: Tucumán. Algo nuevo se estaba gestando, algo que lo atrajo aún más que ese curso de xilografía del que venía. Aunque todavía no sabía que ni porqué.
Pablo decidió adelantar el tiempo una vez más. Se vio visitar a Pitu, un amigo que vivía a dos cuadras de su casa, escuchaba a este contando su viaje a Rosario con una voz aguda casi risible. Avanzó más rápido las agujas del reloj y las imágenes se unificaron en un gran resplandor, el que solo se oían frases como “Miguel también va para Tucumán, pero después que yo".
Pasó una semana. Había dejado de ir al curso en Capital después de su primera clase. Ya tenía pensado viajar a Tucumán. Este reto era superior y algo distinto. Su mamá le consiguió una carpa, su abuela un teléfono, él se sacó un boleto de tren por “Ferrocentral” y Darío, un "amigo musical" otro número de teléfono. El tiempo parecía avanzar sin escalas.
Poco a poco se fue despidiendo de los amigos que pudo encontrar. Un miércoles 4 de marzo se despidió de Daniel. Al otro día, algunos amigos que juntó en estos últimos años le hicieron un asado en la casa del "Rasta", otro amigo. Todo se fue dando como inesperado y así fue. Un viaje que surgió de improvisto quince días antes con una sola determinación.
En ese asado de despedida, el 5/03, detuvo un momento el reloj. Habían tomado unas cervezas, Pitu le preguntó a Pablo:
-¿A donde querés llegar realmente?
-Eso es lo que queda por resolver en este párrafo- el Pablo con su reloj se quedó pensando esa frase. Y esperando oír hablar a su otra parte presente en ese tiempo.
-Dale ¿Hasta donde lleguen las vías o más allá?-dijo otro de sus amigos.
-La verdad es que a Tucumán es el lugar al que más lejos puedo llegar pagando poco -dijo Pablo-. Ayer fui a la casa de Dani, hablé un toque algunas cosas y la verdad creo que me gustaría...
Pero para ese entonces sonaron nuevamente las chicharras y algunos pájaros. Abrió los ojos y veía el techo de su tienda de campaña. Luego el cacarear de un gallo al unísono. Miró somnoliento el celular eran las seis de la mañana. Estaba todo transpirado. Eso era normal ya que en su descanso, durante todo el viaje, parecía que mientras dormía su cuerpo seguía en continuo movimiento avanzando por lugares sin nombre todavía desconocidos para él.
Aquella noche había sido diferente. La calma lo alcanzó en su estadía y decidió suspender aquél ritmo implacable sobre su cuerpo. Para lograrlo, algo lo trasladó un mes atrás en el tiempo y tuvo que sentir lo vivido desde aquél 5 de Febrero. Ese efímero día en que había comenzado a gestarse la idea de realizar un viaje a un lugar sin saber donde llegar.
Sin embargo, a medida que pasaba el día, todo lo que soñó comenzó a olvidarlo. Habló un poco de ese sueño raro con algunos aventureros que conoció en el campamento de nombre “Los Cardoncitos”. Uno de ellos le dijo que Amaicha tenía ese efecto en sus huéspedes: “La fiesta de la tierra logra inquietar hasta el más escéptico de los viajeros. ¿Acaso no estás en paz con vos mismo? Para cambiar el presente y crear un futuro tenés que estar bien con tu pasado. Eso siente la Pachamama en cada verano, ella te está ayudando".
La segunda noche su pelo corto y despeinado descansaba sobre el suelo de la tienda de campaña. Sus ojos cerrados, adormecidos por el grillar y croar del afuera. Sin darle mayor sentido a las palabras del aventurero se dijo a si mismo: “Tan solo fue un sueño raro y nada más”. Poco a poco, su respiración fue relajándose más de lo acostumbrado hasta que, inconscientemente exánime, se durmió.


Esta historia continuará...


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